Espeluznante realidad las relaciones virtuales

Es probable que algunos de mis contemporáneos recuerden al tristemente célebre Mark David Chapman, aquel infame personaje que vaciara seis tiros por la espalda a John Lennon, por allá en diciembre de 1980. Fue aquel entonces, la escalofriante culminación de un relación que el susodicho personaje sostuvo con el antiguo Beatle desde que era tan solo un niño. Advierten por ahí, que Chapman enfureció al parecer porque Lennon había bromeado en respuesta a un periodista sobre que la banda “era más popular que Jesús”. Igual, y como Lennon ya era rico, el personaje le consideraba fariseo respecto de sus declaraciones sobre paz y de no requerir ningún bien material. Salvo un autógrafo que Chapman logró obtener del artista unas horas antes de dispararle, estos dos no se conocían. Ajeno siempre estuvo Lennon de las virtudes y defectos por los que Chapman le responsabilizó, pero en cambio éste si montó todo un cuento para sí mismo en el que ambos eran protagonistas de tremendo novelón. Y, como cada loco con su cuento, Chapman no podía ser la excepción y por eso decía también escuchar vocecitas de “pequeños hombrecillos” [habrá sido la voz de su consciencia, si acaso], que refiriéndose a él como “señor Presidente”, le suplicaban emotivamente no matar a John Lennon. En el juicio por asesinato, el trastornado personaje se rehusó declararse culpable por razones de demencia y por eso sigue en prisión. En ese orden de ideas, la moraleja de mi narrativa es que la gente ya hace rato viene imaginando profundas y estrechas relaciones por asociación, vaya usted a saber con que oscuros fines, y para rematar, el advenir tecnológico les facilita exacerbar dicha interacción surrealista.

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