Existe por ahí una noción habitual propia del fútbol, los negocios y la política que, dicta como necesario el comportamiento del patán como medio para convertirse y manutenerse exitoso.
En el segmento futbolero, los populares Sergio Ramos y Neymar están en lo más alto de mi lista; en el de los negocios, los desacreditados Carlos Mattos y Carlos Palacino acaparan todo el crédito; y en el político, Nicolás Maduro y Donald Trump se llevan todos los honores.
Sin embargo, no hay por ahí ninguna evidencia científica que soporte semejante despropósito. Igual, es cierto que algunas personas alcanzan el éxito a pesar de ser unos reconocidos patanes, pero no como consecuencia de ello.
Por cada persona con reputación de jayán, rompe acuerdos, intimidatorio o, como quien dice —aquel popular pichicato que se pelea las sobras— existen otros tantos que logran el éxito al entretejer comunidades diversas, al honrar la palabra, al generar valor entre sombras.
Ambas sendas sirven su propósito. La inevitable presencia del patán en la cumbre es más que suficiente evidencia de ello, al igual que lo es la preponderancia de buenas personas en la cima del éxito.
No obstante, el inconveniente con la senda del patán es que tiene usted que pasar su cotidianidad como el resto de su existencia siendo un patán.
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