Andamos por ahí manifestando nuestra pretensión de progreso sin ningún tipo de reserva ni consideración por lo derechos de los demás, la propiedad pública o privada, y así dicha manifestación carezca de significado real sin la conducta indicada, considerando que lo verdaderamente relevante es nuestro proceder, cuya influencia y consecuencia rehusamos reconocer como amerita. Ya desde la óptica comercial, mencionamos constantemente nuestro anhelo por las ofertas de aquellos proveedores que incluyen servicio impecable, amplio surtido y valores colectivos; no obstante, nos atravesamos la autopista hasta la mega tienda para ahorrarnos diez mil pesos. Confiamos que, tanto las empresas como los negocios cumplan sus promesas y actúen en consecuencia y, sin embargo, cuando una empresa o negocio que en el pasado nos ha defraudado introduce nueva mercadería u ofertas tentadoras, regresamos a sus dominios para que nos malogre de nuevo. Expresamos nuestro malestar con el Estado, o con los políticos de turno como consecuencia de nuestra insatisfacción, sin embargo, la mayoría de nosotros votamos para reelegir a los necios. Confiamos en que la gente utiliza su ‘inteligencia vial’, pero cuando pretendemos la vía, nos cierran el paso y ahí se arma el despelote. Afirmamos detestar al candidato socialista de turno por populista, dicharachero, como por su dudosa reputación, pero todos terminamos replicando sus babosadas en las redes sociales. Así pues, entenderá usted que la hipocresía puede ser contagiosa; sin embargo, el inconveniente del asunto nada tiene que ver con nuestra pretensión de progreso, el verdadero problema radica en la forma cómo asumimos nuestro proceder para alcanzarlo.