Compartir con los demás es propicio para evocar los asuntos de nuestra cotidianidad. Nuestra cultura ha cultivado el valor por el contenido inmediato, rápido y efímero. De hecho, si no podemos expresar algo en un instante, probablemente no vale la pena ser comentado ni mucho menos ‘compartirlo’ en las redes sociales. Allí, las ideas se convierten literalmente en ‘bits’ de información que se vinculan o intercambian acorde con las tendencias constantemente cambiantes. Todos los días comparten por ahí apasionantes temáticas argumentadas en narrativas idiosincráticas de toda índole. Porque cualquiera puede ser experto en alguna materia, la gente se inclina más por hablar que por escuchar. La muchedumbre que confluye en las redes sociales prefiere refunfuñar y enardecer, que mediar y conciliar. Todos tenemos la capacidad como los medios para comunicarnos íntimamente con lo demás, independiente, del lugar dónde se encuentre nuestro interlocutor. No obstante, pareciera que alguien embolato el manual sobre cómo comunicarse efectivamente. Es cierto que tenemos la tecnología como excusa para justificar nuestra ejercitada amnesia colectiva, así como para culparnos exclusivamente por albergar voluntaria y ciegamente los mezquinos hábitos de conversación que las redes sociales concede. Así entonces, es solo por intermedio de la comunicación relevante que, podemos aportar al mantenimiento productivo y responsable de nuestra sociedad cada vez que compartimos o interactuamos con nuestro mensaje para evocar el acontecer existencial en las redes sociales.