El fútbol profesional colombiano se debe reintegrar

No puede quedar relegado.

El fútbol profesional colombiano debe percibirse al interior como aparece desde el exterior: alegrón, calidad, carácter, integridad, aguerrido, proactivo y, (agregue usted los que se le ocurran). Se me da que, el fútbol profesional colombiano debería retomar una especie de esencia de ‘equipo de barrio que se enfrenta al mundo’. Un equipo en el que los jugadores comparten un trasfondo y una perspectiva, en el que la línea entre el equipo y su público es borrosa hasta el punto de la invisibilidad, un equipo que pertenece a una ciudad, a un país en un deporte que no conoce fronteras.

Las bases de esa identidad deberían empezar a documentarse desde ya. Un posicionamiento de agremiación futbolera de élite que aproveche la globalización que ha transformado el juego, principalmente para bien, ocasionalmente para mal. Pero, sobre todo, una agremiación que opere gracias a su fanaticada.

El fútbol moderno condiciona a sus fanáticos a pensar de una manera muy específica. Lo que importa, en última instancia, son los resultados. El éxito para la élite se pesa en la plata y el oro de los trofeos y medallas. Para todos los demás, se mide en la tabla de la liga, una revisión anual que se realiza cada fin de semana. Si la posición de su equipo es demasiado baja, si no cumple con las expectativas, entonces es su derecho exigir un cambio inmediato.

Los entrenadores deben ser despedidos, los jugadores vendidos, y otros adquiridos, y, si es necesario, los dirigentes despedidos también: lo que corresponda, pero debe haber un cambio, y la transformación casi siempre parece reclutamiento de un tipo u otro.

Habrá temporadas en las que el fútbol profesional colombiano pasará por la inevitable rotación de entrenadores, o cuando los jugadores perderán el favor de la hinchada, o cuando la junta directiva será criticada.

No obstante, ha de quedar escrito en ese imaginario contrato implícito entre el fútbol profesional colombiano y sus fanáticos la aceptación sobrentendida de que habrá años en barbecho. Habrá temporadas en las que el éxito es una cómoda participación en las copas de la CONMEBOL. Habrá momentos en que los trofeos son una perspectiva lejana, y lo mejor que se puede esperar es una sola noche de euforia en alguno de los clásicos del país.

De todo esto, hay algo que podría ser, quizás, un ejemplo útil para todos los clubes, considerando que el fútbol acepta su nueva realidad pospandemia.

Muchos directivos (y jugadores) estarán ya añorando el mercado alcista de los últimos años, pues dicha bonanza ha terminado, al menos por el momento. Los clubes tendrán que gastar menos, a corto plazo, y gastar mejor para tener éxito. El cambio no será tan sencillo de realizar en un mercado alterado, y los inconvenientes tendrán que resolverse sobre la marcha, a veces, con otros incentivos distintos al monetario.

También para la hinchada, puede ser el momento de internalizar una noción diferente de lo que es el éxito, aceptar que algunos años pueden ser mejores que otros, que construir lentamente y con precaución hacia un porvenir proyectado no solo es preferible, sino esencial.

La noción de que el fútbol profesional pueda limitar voluntariamente sus decisiones, como lo han hecho otras ligas, es fantasiosa. Su modelo no es uno que pueda franquiciarse fácilmente. Pero las consecuencias de ese modelo pueden ser internacionales, si lo permitimos. La transformación no siempre tiene que ser visto como una virtud. El valor de una liga no siempre tiene que ser medido exclusivamente por la posición en el escalafón mundial. En ocasiones, el éxito puede ser simplemente tener una liga que sea de un país y que sienta estar obligada de cautivar al mundo.