Vinimos, vimos y vencimos, pero igual perdimos

Lo opuesto entre “imposible” y “cuasi imposible” es tan grande como cualquier otra diferencia probable. Tan solo se requiere del adverbio “cuasi” y así habremos alterado el obstáculo, evolucionándolo de un asunto que preferimos evitar, a uno con el cual podamos comprometernos.

No obstante, el quid radica en la habilidad de percibir tal cual asumir el adverbio “cuasi” y sin embargo, de una cosa sí se puede estar seguro: la mayoría de las innovaciones provienen de gente que tuvo el deseo como el coraje de advertir y adoptar el “cuasi” cuando nadie más quiso hacerlo.

Por haberlo hecho así, agradezco a la Selección Colombia que en esta ocasión nos brindó la oportunidad de fantasear de nuevo como los grandes en una mundial de fútbol, y por el respectivo fervor patrio tal cual la unidad nacional que suscitó entre la muchedumbre por esos días.

En ese orden de ideas, es que después de 16 años de ausencia del máximo torneo del fútbol mundial que, a Brasil “vinimos, vimos y vencimos”, pero igual “perdimos” contra su seleccionado en un partido que pudimos haber ganado, independiente del pito y la mano de pata que les dieron a nuestros jugadores.

El quid, ni más faltaba, no es proferir un análisis trasnochado del desempeño mundialista de nuestro seleccionado en términos de “que fue que fue, que Pekerman cambió el equipo, que fulano andaba despistado, que zutano no jugó nada y que perencejo tampoco apareció”. En mi entender, y a pesar de todo lo alcanzado por nuestra Selección Colombia hasta cuartos de final, una vez más, nos “faltó cinco centavos para el peso”.

El motivo aún no lo tengo claro. Solo sé que en el partido más importante de todos los tiempos en la trayectoria futbolera colombiana reciente, no habían transcurrido tres minutos desde que Iván Mejía vaticinara “aguantarlos veinte minutos”, cuando en un despiste al cobro de un tiro de esquina llegó el primer gol y ahí fue Troya.

Se me antoja algo similar a lo que ocurre con el efecto placebo, como causa probable para dicho comportamiento en los momentos de la verdad. Una conducta que hasta ahora mantiene esquiva la oportunidad deque nos embolsillemos el peso hasta el último centavo en los eventos deportivos y hasta en la cotidianidad existencial.

Verá usted, en cuanto al susodicho efecto, siempre se ha asumido que funciona bien porque a la gente se le engaña haciéndole pensar que está recibiendo un medicamento real. Pues resulta que manifestaciones recientes, sugieren que el asunto no es por ahí y sí más bien como consecuencia de creer en el placebo por sí solo —más que como si fuera un medicamento en particular— podría ser motivo suficiente para incitar la subsanación en nuestro cuerpo.

Como quien dice, el realismo puede ser perjudicial para la salud tal cual para las pretensiones mundialistas de la Selección Colombia. Los “optimistas” se recuperan mejor de los procedimientos quirúrgicos tal cual los “argentinos” llegaron a la final «2014 FIFA Copa Mundo Brasil, “todos en un mismo ritmo”» (viernes, 04 de julio de 2014).

Es bien sabido que los pensamientos negativos y la ansiedad pueden enfermar tal cual entorpecer al jugador. El estrés —aquella convicción deque estamos en riesgo— enciende sendas psicológicas tales como la resolución de “pelear –o– pelear”, que es moderada por el sistema nervioso simpático.

Es así como dichas sendas han evolucionado lo suficiente como para protegernos de las amenazas, pero el inconveniente se da cuando los jugadores saltan al terreno de fútbol con el “encendido” del sistema nervioso simpático en “apagado”, que es cuando se corre el mayor riesgo de contraer condiciones clínicas como la diabetes y la demencia senil, tal cual le metan a uno los dos goles de la ignominia brasilera.

Y por lo demás, disculpará usted la dosis de realidad tal cual el amargo despertar.

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