Cuenta la historia que un buen día, el señor Ricardo Messina, rector de una escuela primaria, recibió un llamado telefónico. La persona del otro lado de la línea dice, “señor Messina, mi hijo Juan no ira hoy a la escuela porque está enfermo”. El señor Messina pregunta, “con quién hablo, por favor”. Y el interlocutor responde, “yo soy mi papá”. La anécdota, resume así tres nociones convencionales respecto de los niños y sus mentiras (de consumo, eventualmente).
Tal cual lo sugiere en un entretenido conversatorio, Kang Lee, estudioso de la forma “cómo aprenden a mentir los niños”, son tres las malinterpretaciones al respecto. Primero, los niños llegan a mentir después de ingresar a la escuela elemental. Segundo, los niños son pésimos mentirosos; los adultos podemos detectar fácilmente sus mentiras. Tercero, si el niño miente desde una edad temprana, seguramente tiene una falla de carácter y éste se convertirá en un mentiroso patológico de por vida. Pues bien, resulta que todas tres nociones son falsas.
De su investigación en los últimos 20 años, el señor Lee concluye que, son dos los ingredientes fundamentales por los que algunos, pero no todos los niños mienten. El primero de ellos, es la habilidad para “intuir el pensamiento de los demás”, consiste en comprender que hay múltiples tipos de personas que, a su vez, disponen de diversos tipos de entendimiento respecto de una situación en particular y, de su habilidad para diferenciar entre “lo que yo sé” y “lo que usted sabe”. “Intuir el pensamiento de los demás” es fundamental para para poder mentir, porque la base para mentir, es que “yo sé que usted no sabe lo que yo sé”. Por consiguiente, “puedo mentirle”.
El autocontrol, es el segundo ingrediente fundamental. Es la habilidad para dominar, tanto la expresión oral como la facial, así como el lenguaje corporal, para que de esta forma pueda la mentira ser convincente. Los años que lleva Lee investigando el asunto, han demostrado que, aquellos niños que tienen mejor habilidad para “intuir el pensamiento de los demás” y que disponen de mejor autocontrol, empiezan a mentir a más temprana edad, como que son mucho más sofisticados al mentir. Aunque a la postre resultó, que estas dos habilidades, también son esenciales para que todos podamos funcionar adecuadamente en nuestra cotidianidad con la sociedad. De hecho, la dificultad para “intuir el pensamiento de los demás” y las habilidades de “autocontrol”, están asociadas con serios inconvenientes de desarrollo, como lo son el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el autismo. Así que, debería usted celebrar en vez de preocuparse, si descubre que su hijo de dos años dice su primera mentira, pues es una señal de que éste ha alcanzado una nueva etapa en su desarrollo.
En ese orden de ideas, los niños, los jóvenes, los adultos y, el consumidor en general, son todos buenos mentirosos. Y no, tampoco es sencillo detectar sus mentiras. No pueden detectar las mentiras de los demás, los estudiantes, los estudiantes de derecho, los trabajadores sociales, los abogados a favor de la protección del menor, los jueces (no, tampoco usted, procurador Ordóñez), los agentes de inmigración, los oficiales de policía, los demás padres, ni los mismos padres del mentiroso.
¿Por qué entonces, es tan difícil detectar una mentira, diga usted, por ejemplo, las preferencias del consumidor? Porque la típica expresión del buen mentiroso es neutra. No obstante, detrás de esa expresión neutra, la persona está experimentado toda clase de emociones, desde miedo y culpa, hasta vergüenza y “deleite de mentiroso”. Infortunadamente, dichas emociones son fugaces o permanecen escondidas. Por consiguiente, son primordialmente difíciles de identificar.
En últimas pues, solo las nuevas tecnologías parece que, darán pie para identificar al mentiroso, mentiroso y, mentiroso de verdad, verdad. Las sesiones de grupo y el polígrafo, según parece, están quedando relegadas del mercado como consecuencia de la habilidad de ciertas personas para despistarlos.
Aun cuando en su fase temprana de investigación, la tecnología óptica de imágenes transdérmicas, en conjunto con lo que hasta ahora se sabe del “efecto Pinochio”, parece perfilarse como la forma infalible para descubrir a ese “mentiroso, mentiroso” que todos llevamos dentro.
O como quien dice, que no le vayan a captar en cámara con su perorata comercial tal cual el gurú del adelgazamiento, Jorge Hané y su “Reduce Fat Fast”.
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