Marcas temerarias, atrevidas y ofensivas

En mi lista incluyo al expresidente Álvaro Uribe Vélez, a los precandidatos Iván Duque, Paloma Valencia, María del Rosario Guerra, Rafael Nieto, Carlos Holmes Trujillo, y general, al resto de la militancia uribista. No obstante, encabeza la susodicha relación, el exministro del Interior y Justicia, y hoy director honorario del Centro Democrático, Fernando Londoño Hoyos que, cual Pepe Grillo y “voz de la conciencia de Pinochio”, declaró durante la Convención de su partido:

“El primer desafío del Centro Democrático será el de volver trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final con las Farc”.

Me pregunto si las próximas elecciones presidenciales las ganará el candidato del Centro Democrático, considerando que muchos colombianos no creen en el proceso de paz con las Farc y, que además lo encuentran ofensivo.

Por supuesto, también podría uno asumir el asunto, como una mera treta publicitaria del Centro Democrático de cara a la próxima campaña presidencial. En esencia, semejante contenido no tiene nada de novedoso, no es que sea muy creativo del todo, y tampoco es que sea muy convincente que digamos.

Así pues, es factible que la gente descarte el mensaje, tal cual lo hace con la publicidad engañosa. La consabida narrativa uribista no es más que corrección política desechable.

Sin embargo, se me da que dicha mensajería sirve un propósito mucho más profundo. Son indicadores. Estacas en el suelo. Carteles para referir en el futuro.

Cotejando el asunto con lo que ocurre en ciertos segmentos de mercado, y al considerar que el consumidor pretende responsabilizar por las políticas de causa, manufactura, y hasta de recursos humanos al empresariado que patrocina las marcas de consumo preferidas por la audiencia en los susodichos segmentos (entre otros, diga usted, por ejemplo, buscan asegurar que la lata de atún que adquieran “proteja la integridad de los delfines”), ¿por qué habría de ser diferente con el tema de la afiliación política? Acaso, ¿no son también un tema de integridad los políticos que decidamos apoyar?

La cuestión va mucho más allá del consumismo etnográfico (o de afiliación partidista, si se quiere también) que, entre otros, podría desecharse simplemente por ser otra serie de atributos de venta, diga usted, por ejemplo, la política de Seguridad Democrática, o el desodorante que de adolescente prometió hacerme irresistible ante las damas, ahora debe demostrar que no fue experimentado en animales (o que los “falsos positivos” son una mera invención de los detractores del expresidente Uribe). O como quien dice, es un mero cambio de promesa de ventas (lo que en mi criterio es un craso error).

Las marcas de productos y servicios, así como la de los políticos de turno, deben hacer bastante más de lo que hasta ahora acostumbraban hacer.

No solo hablo de fortificar la Pony Malta con zinc y vitaminas del complejo B, sino hacer la diferencia con aquellos asuntos verdaderamente relevantes para el consumidor (o el electorado). Comunidad; empleo y oportunidades; salud pública; acueductos; familia; proteger el medio ambiente; y demás, tal cual las necesidades del Chocó y Buenaventura son todos asuntos realmente relevantes.

La gente no solo busca comprar mercancía cuya manufactura no perjudique al planeta, también pretende contribuir a preservarlo a través de la compra de productos sostenibles.

Ya no le alcanza a las compañías con solo evitar hacer el mal; también deben pretender enérgicamente el bien. Lo propio aplica para el Centro Democrático, pues, ya no es suficiente con solo denigrar, torpedear y matonear en las plenarias legislativas y las redes sociales al gobierno Santos, así como a sus múltiples detractores; hace rato que los uribistas deberían estar haciendo el bien, pero, ¿dónde que no se ve?

Los agentes de marketing en general (y hasta los hackers del Centro Democrático), han procurado su mejor esfuerzo por contaminar dicho propósito público. Ahí están pues, sus incansables empeños por asociar las marcas a través de gestos simbólicos con la “responsabilidad social empresarial”, el consabido “engaño verde”, y otros tantos esfuerzos que lo único que han logrado es echar a perder la confianza de la gente en las empresas, el presidente Ejecutivo, así como el de la República, los congresistas, la oposición, la dirigencia en general, los precandidatos y, por supuesto, como no, el popularísimo Álvaro Uribe Vélez.

Es evidente, el minado populista que se cuece justo debajo de tan alegres informes de resultado (incluidos los “Me gusta” y los “retuits”) de aquellas campañas de marketing que albergan la responsabilidad social empresarial; o de las maniobras de difamación y desprestigio del Centro Democrático para con cualquiera que esté por fuera de los huestes del Centro Democrático.

Muchos de los miembros del Centro Democrático tienen rabo de paja, lo que hace de ellos, voceros improbables para temáticas de integridad, anticorrupción, reconciliación o proceso de paz, si se quiere también.

Sin embargo, también puede ser que le apuestan a que la mitad más uno del electorado no lo note de cara a las próximas elecciones presidenciales.

O mejor aún, puede ser que en el Centro Democrático solo hacen lo que dicta Álvaro Uribe Vélez y el Pepe Grillo de Fernando Londoño Hoyos, exponiéndose así al riesgo de ofender a uno que otro elector.

Por ahí mismo, pronto podrán encontrarse con el agua al cuello, aquellos electores que elijan hacerse los de la vista gorda con las andanzas del uribismo, entre otros, porque se les da que “el fin justifica los medios”.

Y como “al que le van a dar le guardan”, es bastante probable que cualquiera de los candidatos que finalmente elijamos presidente, termine por ofendernos ya elegido y puesto que a pesar de las señales de advertencia, persistimos los colombianos en definir nuestras preferencias, “confiando en que el tiempo, suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, tal cual solía decir Miguel de Cervantes.

Pero con lo que hay en este caso, se me da poco probable, pues a la fija el asunto termina en proceso de revocatoria del colorido personaje electo.