Ahí están, pues, desde el presidente de la República, hasta algún profesional o empresario cualquiera, de esos, de escándalo de corrupción y evasión de impuestos hasta el cuello; un sinnúmero de referentes personales y de negocio cuya reputación queda en simple predicado. En ese orden de ideas, a la reputación personal, corporativa o de negocio, no le es suficiente con solo el parloteo, el discurso populista o la interacción con la audiencia en las redes sociales, por mucho Guanumen que lo asesore.
El lenguaje oral, que comenzó en tiempos prehistóricos cuando los hombres quisieron comunicarse recíprocamente sus verdaderos sentimientos, infortunadamente, se ha venido a emplear después, no solo para decir la verdad sino también para formular mentiras. Vocablos que alguna vez se emplearon para construir una imagen verdadera, se pueden emplear por estos días y sin mayores contratiempos para pintar un perfil falso. Y, si no me cree, pregúntele a Guanumen a ver si no.
El político, y sus falaces promesas que formula al electorado en campaña, es la imagen estereotipada que acude inmediatamente a la imaginación de cualquiera que repare en el asunto. No obstante, abunda por ahí la gente, que sin ser miembros de la élite política criolla, se vale de las palabras para confundir y timar. La gran mayoría, enquistada en cualquier profesión, industria o negocio.
Al respecto, ha de saber usted que, aquello que uno manifiesta ser, habla tan fuerte de uno, que no oigo lo que dice; solía decir Ralph Waldo Emerson, que entre otros, era muy hábil captando las contradicciones entre el dicho y el hecho. O si se quiere también, y de la sabiduría de los proverbios; deberían aquellos que profesan su fe religiosa, dejar en evidencia a aquellos que, guiñan con sus ojos, hablan con los pies o enseñan con los dedos.
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