La historia señala que en la Europa medieval, las ejecuciones fueron una forma popular de entretenimiento, consagrándose la ‘autoridad competente’ como expertos proveedores. Se acostumbraba por aquel entonces que, una multitud (y ahí sí, elija usted entre desocupados, des-adaptados o intolerantes) acompañaba al condenado desde la prisión hasta la plaza pública, mientras que vendedores ambulantes comercializaban refrigerios a diestra y siniestra, a adultos como a niños por igual; quienes no solo se limitaban a observar sino que ululaban y vitoreaban en los ahorcamientos tal cual en las cremaciones por la hoguera.
Ya por allá en 1789, un tal José Ignacio Guillotin, le propuso a la Asamblea Nacional Francesa que democratizaran la pena capital y que de por Dios, excluyeran el espectáculo público tal cual las prácticas inhumanas. Dicen que hasta los ciudadanos de estrato ‘10’ sufría con las ejecuciones. La muerte por decapitación era exclusiva para la nobleza y, en ocasiones, para lograr el cometido, la pobre alma debía recibir dos y hasta tres golpes de hacha para que su verdugo logrará su cometido.
El ilustre innovador y su comitiva, presentaron una ingeniosa máquina, consistente de una gran cuchilla en ángulo que caía de lo alto por entre un marco guía. El novedoso artilugio, se probó exitosamente por primera vez, el 25 de abril de 1792 y desde allí en adelante, fue declarado el instrumento oficial de ejecución de los franceses.
Sin embargo, protestó la muchedumbre de la época, aduciendo que las ejecuciones ya no eran tan entretenidas de observar y; lo que a la postre, no fue impedimento alguno para las incontables ejecuciones acaecidas durante el Reinado del Terror de la Revolución Francesa.
De ahí que, no es de extrañar nuestra inclinación por vapulear la reputación de cualquiera cada vez que se equivoque o cometa un error de juicio garrafal.
Así mismo, nos la pasamos por ahí tratando de impedir a punta de apreciaciones personales (independiente de la táctica que se emplee) que, las personas expresen sus puntos de vista o desempeñen su profesión acorde con su identidad de marca. El asunto es absolutamente desacertado, pero real.
La audiencia, aquella muchedumbre de redes sociales y sofa, se la pasa vigilante ante el más mínimo desliz de los demás y como para exponer, juzgar ‘por pensar o actuar de una manera determinada’ o sencillamente distinta, y terminar en últimas exponiendo al infractor en el cadalso, la hoguera o la guillotina de las redes sociales sin el más mínimo derecho a la defensa.
O como quien dice, ‘le voy a dar en la cara, marica’, si no se comporta usted y, me da ya mismo mi ‘pedazo de pizza’.