Inteligencia artificial

La atracción por el riesgo domina a quienes practican deportes extremos y a los jugadores compulsivos, pero no a aquellos que emprenden un nuevo negocio. Los emprendedores son individuos dedicados a la búsqueda de oportunidades, más allá de los recursos de que disponen, porque los emprendimientos no nacen de ideas abstractas que alguien se propone repentinamente llevar a la práctica. Las nuevas empresas son el resultado de la detección de necesidades insatisfechas.

Oportunidades que abundan allí donde el mercado se muestra más desconcertado, en nichos cambiantes donde el consumidor no sabe bien lo que quiere y resulta virtualmente imposible comparar ofertas; que es cuando sobresale la habilidad del emprendedor, para modificar la percepción que los usuarios tienen de determinados productos o servicios.

Mas el éxito de un propósito innovador no depende de una suerte de ‘hechicería’, obedece a una serie de factores y condiciones —tanto personales como de negocio— que los líderes de ese tipo de proyectos deberían tomar en cuenta antes de iniciarlos. El espíritu emprendedor no significa ser más innovador, flexible y creativo; implica comprender cómo se identifica una oportunidad, y de qué manera se obtienen los recursos para convertirla en un negocio.

Es así como viene a mi mente el caso de un grupo de conocidos emprendedores que, no hace mucho y con suma urgencia pretendía orientación comercial para su nueva operación. Un proyecto que los resueltos empresarios, se dieron a la tarea de materializar apoyados únicamente por una evaluación de concepto. Un buen inicio por lo demás, pero que debió ser complementado para cubrir otros aspectos de la viabilidad del negocio. Bajo esta premisa, es comprensible la dificultad de la sociedad para mantener constante la tensión dinámica de dos fuerzas opuestas esenciales:

La conveniencia del cliente y la viabilidad de la empresa.

Y por lo que si bien en su momento, fue la confianza en sí mismos lo que estimuló su espíritu emprendedor, en ocasiones llega el momento de asumir la segunda característica principal de quienes emprenden: la humildad. Aquella que les permite reconocer sus equivocaciones y aprender de ellas como para corregir oportunamente la senda del mercado.

Todo emprendedor debe plantearse constantemente tres preguntas clave, cuya importancia crece a medida que el proyecto avanza:

1) qué objetivos persigue; 2) si la estrategia es correcta, y 3) si está en condiciones de ejecutarla.

Antes de determinar o re-direccionar qué tipo de compañía busca construir, cuánto riesgo aceptará tomar, y cuál será su estrategia para lograrlo, cuestione si dispone usted de las actitudes, métodos y prácticas de quienes se dedican a desarrollar nuevos negocios. ¿Cómo? He aquí unas cuantas reflexiones para empezar:

Evalué el proyecto, consolide el caso, realice el estudio de factibilidad, conciba el plan de negocio, y disponga de suficiente tiempo y recursos como para no quedar cortos en la implementación del proyecto. También, tenga presente actuar en función del mercado objetivo: identifique las preferencias del consumidor, establezca y elabore el producto o servicio sobre alguna distinción significativa y, así mismo, evolucione la marca.

En cuestión de desarrollo de negocio, todo es importante y debe evitarse el separar la capacidad de ejecución de la estrategia, ya que ambas tienen incidencia en el emprendimiento. Es justamente allí, entre la estrategia y la ejecución, donde la habilidad del personal de la empresa como la del asesor que apoya su gestión para modificar la percepción de los usuarios, juega un papel preponderante.