De la declaración de pandemia por covid-19 para acá y hasta estos días de cierre de la nefasta campaña presidencial de segunda vuelta de mi queridísimo país, han presentado desafíos extraordinarios para cualquier líder, considerando, que han procurado tranquilizar y encaminar al personal frente a la incertidumbre constante, mientras que a menudo lidian con su propio estrés y agotamiento. Así pues, y con tanta ausencia de liderazgo, ¿cómo, entonces, puede aquel que se proponga liderar, continuar brindando un mensaje manifiesto y optimista a aquellos que lo rodean frente a los desafíos y la incertidumbre actual que nos embarga? Para el efecto, no es necesario un rimbombante título académico de alguna prestigiosa institución. Basta con entender que, en tiempos ambiguos es imperativo administrarse a sí mismo de manera efectiva. Al respecto, un líder sensato, Sergio, empieza por cuidar su ego; ya que este, está comprometido con el interés propio y la autopreservación, y puede disminuir su capacidad de adaptación a algún entorno impredecible, diga usted, por ejemplo; una campaña presidencial en la que todas las tácticas, independiente, de lo mezquinas y raseras han probado valer. Mantener el ego bajo control le dará la libertad de cometer errores, anteponer las necesidades de los demás a las suyas y admitir que es de carne y hueso. Luego, elija el coraje sobre la comodidad cuando tome decisiones difíciles (no se puede pretender ir a ver ballenas y esperar que el asunto pase de agáchese entre la audiencia). Una elección valiente puede hacer que se perciba como vulnerable al fracaso, pero también es un ejemplo digno para la audiencia y el resto de su equipo laboral. Y finalmente, ejerza la transparencia compasiva. O como quien dice, sea claro, sincero y honesto con su equipo de colaboradores sobre lo que tiene tanto en la mente como en el corazón (balance entre la razón y la emoción) y, todavía más importante, no oculte ni manipule la información relevante porque tiene miedo de cómo será recibida por lo demás.