Ojalá fuera resolutivo el activismo que ejercen algunos

Dada la rabiosa tendencia activista de la ministra del Trabajo, Gloria Inés Ramírez; la de Jhenifer Mojica, ministra de Agricultura y la de Cielo Rusinque, recién ternada por el presidente Gustavo Petro para ocupar una vacante en la Corte Constitucional, entre otros tantos de este gobierno del cambio; me di a la tarea de indagar sobre el activísimo resolutivo, considerando que este puede hacer una diferencia mucho más significativa que aquel que se inspira en la ira como combustible para inspirar nuestro activismo, y que entre otros, puede ser destructivo si lo desahogamos públicamente.

Para el efecto, encontré dos referencias en inglés que dejo a su consideración por si quiere consultarlas: 1) Solutionary guidebook, del Instituto para la educación humana y 2) My Suggestion for “Climate Emergency” Absolutists: Open One Lane, de Andrew Revkin.

Bueno, al respecto y si usted es más o menos como yo en el sentido activista, entendemos que existen múltiples problemas en nuestra sociedad tanto local como global. Desde cuestiones relacionadas con la injusticia social, la destrucción ambiental y la crueldad animal; desinformación, política corrosiva o medios polarizadores. Por lo general, muchos andan por ahí envenenados hasta el punto de la exacerbación pretendiendo que las cosas cambien. Así pues, buscan medios para hacerse escuchar, tal vez publicando en las redes sociales, uniéndose a una manifestación, participando en desobediencia civil o escribiendo correos electrónicos contundentes a los políticos de turno y, luego publicando nuevamente en las redes sociales, tal vez con más enojo mientras les hierve la sangre por la inacción que percibes en su entorno.

Cada esfuerzo y mensaje es como rascarse una picadura de insecto. Se siente bien en el momento de sacar esa ira de su entraña sobrecargado y expresarla a la humanidad. Cuando a la gente le dan “me gusta” a sus publicaciones y las comparten, se siente aún mejor. Cuando experimentan camaradería con sus compañeros manifestantes en una manifestación, se perciben animados por una creciente coalición de activistas con ideas afines.

En ese orden de ideas, y si se siente bien y está dedicado a promover el bien, sus esfuerzos han de ser buenos y deben marcar una diferencia favorable, ¿cierto? Pues no. Desafortunadamente, ese no es necesariamente el caso. Si realmente desea promover un cambio favorable, vale la pena tomarse su tiempo para pensar lo más estratégicamente posible y adoptar un enfoque resolutivo para lograr el mayor impacto favorable posible y evitar así resultados contraproducentes y potencialmente nocivos y destructivos.

¿Qué significa un enfoque resolutivo?

Las personas resolutivas identifican sistemas insostenibles, inequitativos e inhumanos; investigan sus causas; se conectan con las partes interesadas para así tratar de comprender el alcance de sus impactos; encuentran puntos de apalancamiento para el cambio estratégico; y luego desarrollan en colaboración con otros, soluciones que transformen esos sistemas para que sean sostenibles, equitativos y humanos para todos: las personas, los animales y el medio ambiente.

Al respecto, quizás, usted, también recuerde el lamentable incidente en la que una bebé intubada que era trasladada en ambulancia desde Buenaventura hacia Cali murió en medio de los bloqueos por el Paro Nacional; junto con otras 123 infracciones a la misión médica reportadas por autoridades del departamento. Obtuvieron esa atención de los medios, pero a un precio elevado. Su acto de desobediencia civil tuvo un impacto nefasto en esa familia que, rogó a los activistas que permitieran el paso por un carril, pero los activistas se mostraron inamovibles.

Más allá del terrible impacto en dicha familia, uno se pregunta cómo se sintieron los cientos de personas atrapadas en el tráfico debido a la acción sobre los activistas y su causa, y cómo respondió la audiencia de los noticieros. ¿El bloqueo los hizo más comprensivos con el tema del Paro Nacional o el estallido como algunos lo llaman orgullosamente? ¿Los hizo más propensos a participar en esfuerzos para cambiar el proyecto de reforma tributaria propuesto por el gobierno de Iván Duque? ¿O podría haberlos hecho menos comprensivos, tal vez frustrados por la ironía de que el exceso de combustibles fósiles sea quemado por personas atrapadas en el tráfico y poco dispuestos a trabajar por las desigualdades económicas y sociales o los cambios en nuestros sistemas insostenibles?

El activismo exige mucho de los activistas. Nos pide que no le demos la espalda, sino que actuemos; no pretende que busquemos nuestro propio placer durante lo que podría ser nuestro pequeño espacio de “tiempo libre”, sino que luchemos por otros que tienen menos capacidad para expresar su opresión y explotación (o hasta ninguna capacidad, en el caso de los niños y los animales).

El entorno, nos pide que nos preocupemos infinitamente, porque las necesidades de los demás son infinitas.

Y nos pide que nos preocupemos incluso cuando otros se hacen los de la vista gorda o participen sin importarles realmente las mismas causas que se pretenden transformar.

Así pues, no es de extrañar que los activistas puedan sentirse encolerizados, por no decir exhaustos y, a veces, agotados. Pero el activismo encolerizado es un engaño. Si bien nuestra cólera puede ser la emoción que nos impulsa a actuar, la expresión de esa cólera puede resultar contraproducente. Con frecuencia, esto pone a personas potencialmente comprensivas en contra de la causa activista, perjudicando sus esfuerzos y cimentando así la amargura del activista.

Por el contrario, el activismo resolutivo hace todo lo contrario. Le pide al activista que se tome el tiempo necesario para realizar la respectiva investigación y definir el entendimiento necesario para desarrollar soluciones que aborden el problema desde la raíz o a nivel sistémico. De esta forma, el golpe de endorfinas generado por la cólera y la gritería en las redes sociales o por la redacción de mensajes electrónicos llenos de ira no se convierta en una barrera para el activismo.

El activismo exige que se busquen las perspectivas de los demás, todos aquellos que puedan tener puntos de vista opuestos. Esos otros, al estar humanizados, harán que las ideas del activista para la transformación se vuelven más matizadas a medida que se pretendan soluciones que hagan el mayor bien y el menor daño para los demás.

El activismo resolutivo pide que modelemos el mensaje que queremos transmitir para así ser los referentes que otros querrán emular. Modelar dicho mensaje, nos hace una mejor versión de nosotros mismos, lo que conduce a una mayor integridad e incluso a una mayor paz interior. Y, cuando el activismo resolutivo resulta en una transformación sistémica —como sucede a menudo— levanta el ánimo del activista al ser este testigo de sus resultados favorables.

Imagine, usted, si esa cólera que algunos destilan, el activista la emplea mejor como combustible para investigar, redactar y publicar el contenido en blogs y redes sociales con mayor sabiduría, mucho más convincente, creativa y precisa.

Suponga si el activista transforma su cólera en sugerencias prácticas bien pensadas para los políticos de turno y comparten sus ideas en correos electrónicos y reuniones productivas con los legisladores. Suponga si el activista lleva su activismo al siguiente nivel y aplica sus habilidades, talentos y capacitación para crear políticas más justas, humanas y sostenibles; desarrollar nuevos diseños y tecnologías para reemplazar aquellas que son lesivas o destructivas; y desarrollar así innovaciones transformadoras dentro de las esferas de conocimiento e influencia de su entorno.

Eso, en esencia, es activismo resolutivo, y resulta no sólo en respuestas significativas a los problemas que el activista enfrenta sino también, con frecuencia, en un activista mucho más agradable y satisfecho.

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