La del porqué regular la inteligencia artificial

No. El tema nada tiene que ver con la inteligencia de ciertos ineptos e inescrupulosos políticos atornillados en los asientos de sus curules en el Congreso de la República. En realidad, el asunto tiene que ver con algo mucho más relevante que el coeficiente intelectual de ciertos no tan honorables senadores y, que por estos días se roba en España la atención en el foro MWC (Mobile World Congress).

Quizás, usted también es de aquellos que considera existen muchas razones por las cuales no es necesario regular la inteligencia artificial. Sin embargo, yo sí considero existe un razón fundamental por la cual los entendidos deberían regular la inteligencia artificial.

Entre las principales que argumentan los medios especializados para no regularla, se encuentran: 1) nadie parece ponerse de acuerdo sobre qué constituye en realidad la inteligencia artificial; 2) los aparatos vienen de tiempo atrás desempeñando funciones ‘inteligentes’ y, a nadie le pareció conveniente regularlos; y 3) si a la humanidad no se le permite saber aquello que los genios de silicona en el Valle realizan, debería entonces legislarse al respecto como para garantizarlo.

Confiar en la tecnología es una postura popular por estos días y, como usuario consumado de la tecnología que soy, me considero un creyente de ella.

Sin embargo, existe una línea bien tenue que divide las decisiones que toma mi cafetera sobre la cantidad de agua por tipo de café y, la que puede tomar un vehículo autónomo en un instante, sobre si salva a los ocupantes o a los peatones que se le atraviesan en cualquier intersección.

El tipo de inteligencia artificial que decide sobre lo que sabe de nosotros basada en la información que suministramos a través de nuestro teléfono inteligente y las aplicaciones que empleamos, es diferente de aquel aparato lo suficientemente inteligente como para dictar cuando desplegar el tren de aterrizaje en un Airbus A380.

Del porqué regular la inteligencia artificial, el argumento es sencillo: ‘la humanidad regula el comportamiento de la inteligencia orgánica’. ¿Por qué también no habría de hacer lo mismo con la inteligencia artificial?

De hecho, percibe uno que la mayoría de las leyes con las cuales convivimos se originan en la necesidad de regular la inteligencia humana (o la ausencia de ella, por lo demás, y como en el caso, se meda, de la senadora María Fernanda Cabal, el ‘dictador’ Nicolás Maduro o el presidente Trump, por mencionar tan solo unos cuantos aventajados).

Las normas de transito existen porque no se puede confiar en que todo el mundo conducirá responsablemente por el municipio de Villapinzón (‘¿cierto, doctor Bojanini?’). El derecho penal protege a la gente de aquellos que no comprenden que la comunidad y la responsabilidad mutua favorece a la sociedad (como en el caso de los fracasados ‘pelaos de bien’ que mezclaron pepas de Éxtasis en el trago de sus acompañantes, so oscuro pretexto de doblegar su voluntad para aprovecharse de ellas). Las normas de ingeniería civil garantizan que los puentes en construcción (así como los ya concluidos) no se despeñen porque algún idiota ingeniero erró los cálculos de diseño, como en el caso del puente Chirajara en la vía Bogotá-Villavicencio. Y, la lista continua así por el estilo.

¿Por qué habría de tratarse diferente el comportamiento imperfecto de la inteligencia artificial?

Una vez más, el argumento en contra de regular la inteligencia artificial parece asimilable, considerando que se fundamenta en la noción de que la tecnología mejorará permanentemente y, por eso, es necesario dejarla ser, ya que lo humanos solo entorpeceremos su inexorable avance hacía la perfección. Los aparatos no tienen el mismo sesgo o la laxa moralidad de los seres humanos, por lo que así las susodichas mejoras siempre serán por el bien de todos.

No obstante, algo nos dice que esto no es del todo cierto (basta leer los términos de uso o las políticas de confidencialidad de cualquier aplicación o plataforma para comprenderlo).

Ningún artefacto tecnológico en particular tiene como propósito causar el mal, pero por efecto propio y/o social pueden resultar perjudiciales. Así mismo, podrían ser las intenciones de quienes los diseñan y financian, a menos que, perjudicar no sea su intención y por lo cual, la distinción entre el ‘bien’ y el ‘mal’ podría literalmente sesgar la programación de los artilugios tecnológicos.

Es sabiduría convencional el hecho de que la inteligencia artificial alterará la orientación propia de cómo asumimos nuestra labor y nuestro acontecer cotidiano, por lo cual creería uno, que deberían los legisladores dedicar algo de esfuerzo a tratar de comprender y anticipar eventuales impactos a través de las leyes que promulgan al respecto.

Si usted es de los que cree razonable regular la operación fiable de las cafeteras y los Airbus A380, ¿por qué no creería razonable regular la inteligencia artificial que tiene la obligación de operar de manera infalible tanto los automóviles autónomos como los aparatos que regulan nuestras ciudades?

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