La creatividad, particularmente en la publicidad y el marketing, se asocia casi que en exclusiva con la juventud (o la inexperiencia, si se quiere también), no obstante, un informe de la Universidad Estatal de Ohio publicado a principios de este año y que aún tenía por comentar, halló que el asunto es una falacia o, puro ‘mumbo jumbo’ como acostumbro yo llamar a la insensatez.
De los profesores Bruce Weinberg y David Galenson, ganadores del Premio Nobel de Ciencias Económicas, la investigación encontró que hay dos ciclos distintos de actividad creativa: uno, que impacta a ciertas personas al inicio de su trayectoria profesional y otro que, con mayor frecuencia se manifiesta más adelante en la vida. Esta cohorte posterior les llega a algunas personas a mediados de los cincuenta años.
Por una variedad de razones, esta es una cohorte que está pobremente representada en el actual sistema laboral.
En Colombia, según las estadísticas del DANE sobre el Mercado Laboral, escasamente registra la fuerza laboral con más de 50 años, lo que indica, de acuerdo con los autores del estudio que, se está desaprovechando una franja de talento. La redundancia, la discriminación, o la legislación laboral, entre otros tantos, pueden contribuir a que los empleados mayores se vean obligados a abandonar el segmento de los asalariados. Así mismo, algunos podrían percibir que sus lugares de trabajo dejan de ser acogedores a medida que envejecen.
Esta obsesión por venerar a los más jóvenes es todo un fastidio, particularmente, aquellos mercadólogos obsesionados con vender a la juventud, cuando las personas entre 50 y 65 años son las que controlan las tres cuartas partes de toda la riqueza.
¿Cómo pueden entonces las empresas siquiera afirmar que tienen una conexión genuina con los mayores de cincuenta años, cuando ni siquiera los contratan lo suficiente para su fuerza laboral?
Es esta una situación desafortunada, en especial, por estos días, en que las empresas pretenden pasar de ‘inclusivas’. El asunto no es cuestión de equidad, es mera cuestión de sentido común, considerando que es buen negocio contratar a mayores de cincuenta años. Pretender, diga usted, por ejemplo, que toda la habilidad y el conocimiento se encuentra en los empleados que están por debajo de los 33 años es una franca estupidez. Pura huevonada, digo yo, de nuestra legislación laboral y de la gente de recursos humanos que le hace el juego.
Si busca por ahí, un viejo adagio sugiere que, ‘uno es tan bueno como su última labor’. En consecuencia, haber tenido un receso en la trayectoria profesional no significa que usted no esté a la altura de las circunstancias o que sea menos productivo que alguien que tenga continuidad laboral como asalariado. Dicha circunstancia, solo denota una pausa en la trayectoria y más nada.
Es debido a un mercado laboral acartonado y, bastante lento en adoptar empleos flexibles que, la gente después de un bache de inactividad por la edad o cualquier situación imprevista, como lo es una licencia de maternidad, enfermedad, o mero agotamiento, o sencillamente por un receso voluntario, termina ‘contendiendo’ por una oportunidad en el segmento de los asalariados.
Sin embargo, y así las empresas apliquen su mejor esfuerzo para hacer ‘lucir’ su entorno laboral como ‘inclusivo’, reiteradamente, pasan por alto semejante talento que son los mayores de cincuenta años, desaprovechando una valiosa como enriquecida experiencia profesional que, por lo demás, también es un golpe devastador para aquellos que quedan relegados.
Igual, desestimar dicho segmento poblacional es un craso error de los departamentos de publicidad y marketing (por supuesto, encabezados en su gran mayoría por profesionales más jóvenes o recién graduados) que, también requieren con urgencia comprender la experiencia humana para lograr así desarrollar campañas efectivas en favor de las marcas.
Las empresas podrían contar con este enorme segmento de talento, ya descartado en muchos lados, pero que aún tiene por ofrecer una enriquecida perspectiva de existencia.
Aquellas personas que han experimentado un receso profesional prolongado por efectos de su edad o porque han pasado por algún desafío extraordinario, regresan al lugar de trabajo con toda ese entendimiento, solidaridad y empatía: ¿Por qué entonces querrían las empresas perder todo ese bagaje?
Es una locura, es mera huevonada de recursos humanos.
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