Al borde de la perplejidad estratégica personal

En sociedad, el exceso de normas cohíbe la voluntad y el entusiasmo, no obstante, también peligra la coherencia sin estas. Por eso, al momento de proyectar una estrategia personal, proceda con la diligencia propia de una colonia de hormigas, que se rige por pautas mínimas, pero rigurosas. Igual, tenga presente que el concepto de estrategia como baluarte inquebrantable, amparada y protegida por competencias y habilidades, es ingenuo en la época de los “rápidos y furiosos”.

En la actualidad, se me antoja, otra es la demanda: hay que sorprender, regresar a lo básico, anticipar el statu quo, elegir lo evidente y aportar la propia cuota de transformación. En consecuencia, se requiere disposición y gente sencilla, capaz de generar soluciones acordes con el orden del momento.

No en vano, dicta una premisa básica de la teoría de la confusión que, hasta la más mínima transformación deja huella considerable. Por ejemplo, podría usted elegir “enviar al traste todos aquellos acostumbrados a chupar del bote”; de múltiples especies ellos aun cuando todos sabandija en su género y, hasta ahora los culpables de trasgredir en su beneficio personal, la consabida noción de Maquiavelo que dicta “el fin justifica los medios” y, sin el más mínimo reparo en la garantía que Hermann Busenbaum escribiera por allá en 1650 en su manual de teología moral, “cuando el fin es lícito, también los medios son lícitos”.

Así es como en ese umbral que antecede al caos, la gente, cuando tiene la integridad suficiente como para no desmoronarse, se siente con la suficiente libertad como para hacer cosas sorprendentes. Diga usted entre otros, ser honestos con los demás. Aunque por estos días en los que hay tanto en juego tal cual la gente se hace cada vez más sofisticada como reacia a la adversidad, ser honesto ya no es suficiente. Hoy día, para que la gente honrada realmente sobresalga, debe retar el statu quo del “yo sabandija” y encauzar su esfuerzo en proveer honor a su labor profesional tal cual a su cotidianidad personal.

Concluir mi periplo de casi nueve años por la jurisprudencia laboral colombiana, consecuencia de una demanda que interpuse, es el móvil que me incitó a reflexionar sobre los atributos profesionales que en mi opinión, dan a la gente el carácter de honradez y, los cuales relaciono tal cual me los he topado a lo largo de mi trayectoria laboral:

Incansable— el profesional incansable está predispuesto para llegar más allá que los demás, nunca se da por vencido y se motiva a sí mismo.

Perfeccionista— el profesional perfeccionista se rige por el detalle, es ágil para asumir los asuntos de servicio, repara particularmente en el seguimiento y cuanto habrá de acontecer.

Relacionista— aunque no es intenso en su empeño por consolidar las relaciones, el profesional que se inclina por entablar relaciones robustas, se centra en los requerimientos de los demás.

Llanero solitario— el profesional de las llanuras es seguro de sí mismo y, difícil de controlar ya que es dado a seguir sus propios instintos.

Contrincante— aquel profesional contrincante siempre percibe su entorno desde ópticas distintas de la de los demás, comprende su entorno a la perfección y le apasiona el debate.

En mí a ver, considero meritorios todos los susodichos atributos, pero solo uno lo suficientemente evidente como para ser capaz de retar el statu quo del “yo sabandija”: el Contrincante.

Probablemente, se preguntará usted, ¿por qué doy tanta relevancia al atributo Contrincante? Pues bien, se me da que la gente que rige su proceder profesional y personal ceñido al precepto del Contrincante, está mejor preparada para evitar la tentación del “yo sabandija” y como para que éste tome el control de su conducta, por lo demás, otorgando valor al quehacer a través del ejemplo, de los patrones de conducta como de tomar el control por sí mismo.

Ejemplo— para como están las cosas hoy día, considero que la forma de proceder (los “medios”) es más importante que el resultado (el “fin”) o como quien dice, “el fin no justifica los medios” (particularmente el de las sabandijas, Maquiavelo).

Patrones de conducta— por consenso propio, éstos deben estar alineados para proceder “a lo bien” y sin la necesidad de estirarlos hasta el borde de la perplejidad estratégica personal.

Tomar el control por sí mismo— independiente de lo lucrativo que pueda parecer el proceder por las vías de la sabandija, evite que ésta tome el control de su “yo”, haciendo estricto uso de la censura y el control individual.

En conjunto, se me antoja que el ejemplo, los patrones de conducta y tomar el control por sí mismo repelen la tentación de caer en las garras del “yo sabandija”. Pueda ser que no le enriquezca como aquellos que comparten francachela en Cárcel La Picota, pero de seguro obtendrá usted la lealtad, el respeto y la admiración de su familia, amigos y colegas. Y en mí a ver, con eso ha de bastar.