El asunto tiene de ancho como de largo, particularmente si usted como yo, es agente de marketing e independiente de si comparte o no usted la noción sobre que “indicar a la gente lo que verdaderamente requiere es mucho más valeroso que proveer lo que ésta cree que requiere”. Lo planteaba más o menos así el otro día, Carlos Castillo Cardona, en el contexto de ¿por qué escribir? Entre otros, el sociólogo y escritor manifestaba que:
Actualmente, lo gráfico supera al texto en cantidad, aunque no necesariamente en calidad. El endemoniado ritmo de la vida moderna y su superficialidad hacen que miremos imágenes y evitemos los textos largos. Las revistas están hechas para las salas de espera de consultorio y la peluquería. Se ven, no se leen. La publicidad, el arte del engaño, domina en ellas, y esta no es escrita, pues ya no hay nadie con un discurso. Buscan que la gente se identifique con bellas mujeres y apuestos hombres, para que descubran el mejor jabón. Los correos electrónicos han barrido el estilo epistolario. Los tuits han reducido al pensamiento y a la escritura a un remedo del uno y de la otra. Todo lleva a lo fácil y a lo cómodo y lo escrito es todo lo contrario. No escribir largo es una orden.
En esencia es lo mismo que sucede entre los medios tradicionales tales como prensa, revistas, radio y televisión, y el social media en la red de las maravillas, pero ese será un entendimiento para un próximo cantar.
Por lo pronto, el quid de mi planteamiento es que siempre existirá un atajo (y los colombianos sí que somos buenos para eso); de seguro alguien encontrará la manera de ser algo más irónico, más barato, o de hacerse entender al instante.
Allá afuera en el mercado, siempre estará presente la posibilidad de caer en la tentación de “manipular” el anhelo del consumidor para que se le entretenga y distraiga, independiente del costo que se requiera para lograrlo. Pero sobre todo, prevalece la sugestión de marketing por promulgar el egoísmo, el miedo y la rabia.
O si se prefiere la otra cara de la moneda, puede usted en cambio “meterle el diente”, tomarse el tiempo necesario e invertir adecuadamente en el proceso que le sirva al consumidor para identificar lo que realmente necesita. Se me hace, que solo cuando logremos revertir la cultura de marketing en este sentido, lograremos así y solo así, algo que verdaderamente valga la pena compartir en la red de las maravillas.
Aunque la noción no plantea mayores obstáculos, su gestación es lenta o sino ya habría ocurrido de seguro.
Encender una manifestación es sencillo, lo verdaderamente complejo es concebir la narrativa que la evite.
En ese orden de ideas, evite pues en su próximo comité de marketing expresar, “como quisiera que la gente anhelara nuestro producto”; porque por muy halagador que sea el mercado consumiendo actualmente su mercadería, podría usted reflexionar en cambio lo que ocurriría, si usted le enseña al consumidor el motivo por el cual debe él seguir consumiéndolo a futuro.
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