¿Es usted de los que se sugestiona y desconcierta con su práctica de mercado? ¿Supone usted que su marca es una promesa, y que dicha obligación es lo más sagrado, motivándolo a comprometerse con la gente por intermedio de su seductora comunicación como por la concesión de su promesa de marca?
Pierda cuidado si este es su caso, pues inclusive hasta las grandes marcas carecen del más mínimo indicio acerca de cómo en realidad las personas perciben, piensan y actúan. Éstas por lo general asumen que los consumidores estamos en la búsqueda de ‘la solución’, por lo que de este modo se concentran desesperadamente en concebir argumentos que refieran entendimiento.
Cuando de hecho, lo que pretendemos como personas es la novedad y el reconocimiento, tal cual el incremento de significado como de identidad. Es decir, las personas si juzgamos el libro por su cubierta y por lo tanto, los ‘marketineros’ debemos garantizar que la ornamentación como el empaque, sugieran que su contenido es todo un tesoro.
Apple que se caracteriza por su liderazgo, no hace promesas. A cambio, crea y satisface las expectativas del consumidor a través de concienzudas y precisas maniobras de vínculo. Conexiones que brindan la posibilidad de percibir un sentimiento particular acerca de nuestra identidad.
Las marcas que van a la vanguardia, comprenden que el éxito de la marca no se fundamenta en salir vencedor de una determinada contienda, en cambio perciben, que la cuestión obedece mejor a emitir señales que proporcionen significado al consumidor. Entienden que el asunto no radica en convencer a las personas con argumentos razonables, y si en identificar para suminístraselos, lo que la gente requiere para sentirse bien, despierto y especial.
Las marcas de mayor evolución no suponen, otorgan.
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