La marca de oficio del sátrapa

Sí, así es, también tiene marca de oficio (que ha de diferir de la suya), el sátrapa como aquel guatemalteco recién depuesto por el pueblo, o como aquel que terminó de hundir a Venezuela amparado en las directrices de un pajarito como con la anuencia cómplice de ese que se hizo el de la vista gorda porque sus intereses están en los réditos de cartel que dejan los “soles” en los hombros, o como aquel colombiano rebuscador que fue a parar al sur con elefante y todo a cuestas. Y sí, seguramente se estará usted preguntado qué carrizos tiene que ver todo este barullo con la “marca de oficio”.

Pues resulta, pasa, sucede y acontece, que la “marca de oficio”, es lo que a usted lo caracteriza en su cotidianidad, un concepto que usted aprovecha a diario para identificar la fuente de su personalidad, como para así distinguirla de la de los demás y, que entre otros, puede ser un símbolo, un signo o un recurso (diga usted, por ejemplo; un peculado, un pajarito, los soles de un general o un elefante (aunque a sus espaldas, claro está), o una mezcla de todos los anteriores.

Verá usted, que hasta el antiguo Egipto se remontan las marcas tal cual todo este asunto de los códigos de marca contemporáneo se empezó a gestar en el Vaticano también ya hace rato y, de cuando por allá coexistieron dos clases de sistemas jurídicos: uno, la “Corte de Derecho” y el otro, la “Corte de Equidad”. En aquel entonces, la Corte de Equidad se ocupaba de los menesteres relacionados con la justicia y la igualdad. Así, la conducta que se desviaba de la equidad era inmoral y, en consecuencia, la Iglesia era la encargada de administrar la Corte de Equidad. Hurtar o perjudicar las prendas de vestir de una persona se consideraba ilegal, pero el robo y el menoscabo de la reputación del sastre era una conducta inmoral.

Dicho principio sería posteriormente introducido en Inglaterra por la Iglesia Anglicana y más tarde, daría origen al concepto de marca del fabricante o “marca de oficio” (trademark, en inglés), noción que finalmente fraguaría ya que era la marca del artesano, la que daba fundamento al producto. En ese orden de ideas, la reputación asociada con esta marca llegó a considerarse tan valiosa que severos alcanzaron a ser los castigos por usurpar una marca de oficio perteneciente a otra persona. En aquel entonces, hasta con la vida se pagaba semejante afrenta.

Y sí, porque ya me lo han preguntado, el concepto de “marca de oficio” difiere del de “marca personal” que, aunque se parecen, es el que emplea usted a diario como mercader para identificar la fuente de una “promesa” asociada a su personalidad y como para distinguirla de la “promesa” de los demás.

Diga usted por ejemplo, el toque personal que le imprime el abogado a la promesa de compraventa, o el entendimiento con el que el cirujano plástico adopta el juramento hipocrático, o el alcance con el que el agente de marketing emplea los conceptos tradicionales de la profesión en conjunto con las nociones tendenciosas algo más contemporáneas, o el “quererme” con el que la esposa y ama de casa sazona el estofado del domingo.

O como quien dice, la “marca de oficio” identifica la fuente de su personalidad (“usted como producto o servicio”), mientras que la “marca personal” identifica la fuente de una promesa (“lo que usted promete por sus especiales cualidades”).

Igual para ambos tipos de marca y, si pretende usted un perdurable y rentable crecimiento personal, debe crear, reforzar y aumentar la lealtad de su entorno personal y profesional hacía su marca.

Debe usted cambiar su vieja mentalidad de concentrarse únicamente en el valor de las transacciones individuales, y adoptar una nueva visión de gestión de lealtad a la marca, que se concentre en evaluar, crear y administrar el valor perpetuo de las relaciones personales y laborales que son leales a su marca.

También debe usted ajustar radicalmente su énfasis exclusivo en conquistar y posicionarse en su entorno social como laboral, y más bien a cambio debe usted dedicarle energía a la importancia de generar compromiso, pues no es suficiente crear preferencia por su marca; el ideal contemporáneo es lograr entusiasmar a su entorno por lo que usted hace.

Es decir que, la marca de oficio como la personal son un negocio, éstas deben administrarse en forma apropiada. Las bajas en la lealtad a la marca se deben en el caso del sátrapa, principalmente, a un énfasis excesivo en el peculado, en el liderazgo inepto, en los atropellos de frontera, en la sentencia de 13 años en la prisión militar de Ramo Verde, en la avaricia del mero bandido, o sencillamente, en la conducta despreciable del “anticolombiano” por estos días radicado con su elefante en el sur. Los códigos de marca van mucho más allá de los códigos de “marketing personal”; son los códigos de su personalidad. La gestión de marca va más allá de la optimización de su marketing personal. Es una mejor forma de administrarse usted como persona. La gestión de marca es, sobre todo, una mezcla de todos aquellos aspectos que le caracterizan a usted como persona y que le diferencian del vulgar sátrapa.

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