El placer de las labores modestas

De mi época de formación académica, aún recuerdo la expresión de Joe Tanner, investigador de DuPont que, solía decir, ‘es una locura trabajar tanto, pero me encanta’ y, el que por supuesto, gozaba desarrollando productos nuevos, pero a quien su ‘jefe’ le dijo que jamás lo ascendería por carecer de un alto grado académico. En ese sentido, como con otros tantos, uno de los interrogantes más significativos que debe uno responder como empresario o profesional independiente es, ‘si el éxito vale el precio que hay que pagar por él’. Yo digo que sí.

Los empresarios, así como los profesionales independientes no nos paramos en reparos ni creemos que haya ninguna labor indigna en aquellas tantas que acometemos a lo largo de nuestra gestión cotidiana. Realizamos las labores modestas que son parte de todo proyecto que inicia. O como quien dice, cuando toca barrer el piso, uno lo barre. Cuando la fuerza de ventas requiere un discurso estimulante, uno lo da. Yo hago lo que deba hacerse.

A diferencia de los gerentes, cuyo oficio consistente en gran parte en delegar, los empresarios y los profesionales independientes alcanzamos nuestras metas más rápidamente haciendo las cosas nosotros mismos. En lugar de trazar planes muy detallados y esperar seis semanas a que otros lo implementen, hacemos un esbozo e implementamos nosotros mismos lo que debe realizarse. En lugar de ponernos a razonar en la manera de convertir nuestros servicios para el emprendimiento o para los clientes en centros de utilidades, y anhelar que así sea, imprimimos prospectos y salimos a buscar nuevos clientes.

Esta tendencia a la intervención personal para que las cosas se materialicen nos mantiene en contacto con todos los aspectos de nuestra empresa. Nuestra capacidad de tomar rápidas decisiones y, cuando así se requiera, hacer cambios fundamentales en los planes en términos de su impacto sobre todos los aspectos del negocio, depende de mantenerse uno en contacto como ‘en la jugada’.

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